Mi taquería favorita

Hoy fui a cómer tacos a un pequeño restaurante de tacos, un negocio familiar. Me gusta apoyar a las familias y voy a sitios pequeños.

Cuando me senté, frente a mí, había una mujer que actuaba de forma un poco extraña, parecía triste, solitaria. A su lado tenía unas bolsas negras de basura, no me di cuenta, en un primer momento, de que esas bolsas de basura eran sus pertenencias.

En el pequeño restaurante sonaba música de Julio Iglesias, una pareja joven se tomaba un caldo de pollo con su hija pequeña y uno de los meseros comía tomandose un descanso. Era de noche y hacía frío, un poco mas de lo normal.

De pronto sonó una canción de esas de Iglesias "...lo mejor de tu vida me lo he llevado yo". Observé la crueldad que hay tras la letra de la canción y me quedé pasmado. ¿Cómo puede tener una canción de amor un mensaje tan cargado de rencor?

Al oir esta canción, la mujer comenzo a tararearla un momento y de pronto comenzó a llorar, secaba sus lágrimas intentando mantener la compostura y que nadie se diera cuenta, al mismo tiempo pretendía estar buscando entre sus cosas, como si hubiera perdido algo. ¿Sería que su familia la trató así? ¿Se llevaron lo mejor de su vida?

Poco después, al salir un cliente, la mujer se levantó y se sentó en una de las sillas más cercanas a mí. Cuando ví las bolsas de cerca lo entendí todo: esas bolsas de basura eran sus pertenencias. Fuera llovía mucho y hacía frío. Aquella mujer estaba refugiada en el restaurante. Lloraba mucho pero intentando que no se notara. Su imagen me hizo recordar un asilo de mujeres ancianas donde encontré muchos casos de abandono como este.

Allí conocí, por ejemplo, a una mujer que había vivido con una familia adinerada toda su vida como mujer de servicio, como criada, y que cuando no pudo trabajar más por la edad fue echada a la calle, ya anciana, donde casi murió de hambre y frío hasta que alguien la recogió y la llevó al asilo.

Otro caso, el más terrible de todos, fue el de una mujer a la que su familia invitó a visitar el centro de la Ciudad de Mexico, donde estaba el asilo, la anciana se arregló, se puso sus mejores ropas, y se fue con sus hijos y nietos a pasar el día de domingo. Al llegar la bajaron en la puerta del asilo y le dijeron que esperara que iban a aparcar el coche. Nunca regresaron. Sus hijos habían estado antes en el asilo y habían arreglado los papeles para su ingreso. Nunca más regresaron a verla ni contestaron al teléfono.

Otra de las ancianas había vivido en la calle porque que su marido, alcohólico, le estaba dando unas palizas tan grandes que se lanzó a la calle para salvar su vida. Después de unas semanas de sufrimiento alguien compasivo la llevó al asilo.

Observando, me di cuenta de que los dueños de la taquería sabían lo que pasaba, y le habían permitido quedarse. Teniendo el lugar solamente ocho mesas los dueños dejaron a la mujer quedarse y calentarse mientras esperaba gente en la puerta. Que lección de humanidad, sacrificando su negocio para ayudar a otro ser humano.

Regresando a mi casa vi una gran cola para consumir en un local de una multinacional. Recordé una vez que, estando en uno de estos locales, sacaron a la fuerza a una persona porque no consumía. Algunas multinacionales hacen campañas solidarias y hablan de ayudar al mundo, pero en muchas no se puede encontrar humanidad. Sus empleados obedecen a un amo invisible: la rentabilidad. Sin dinero no hay mesa. Quizá ese sea su macabro secreto: la falta de humanidad.

Observé a aquellas personas pensé: ¿Cuántas de estas personas, o de sus hijos y sus nietos, podrían estar en la calle algún día? ¿Cuántos de ellos podrían necesitar un lugar para calentarse, comer algo y sentirse aceptados?. Y la pregunta más importante es: ¿Tendrán estas multinacionales, igual que el negocio familiar, la misma compasión con sus clientes cuando necesiten una ayuda?¿O llamarán a los de seguridad y los echarán a la calle? Todos conocemos la respuesta.

Esa noche al llegar a casa di gracias a Dios por tener un lugar donde dormir, poder comer en el local de esa familia pequeña y haber podido presenciar su gran gesto de gran humanidad como el suyo. Desde ese día es, sin discusión, mi taquería favorita.
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